martes, 26 de enero de 2010

MARGUÉRITE BARANKITSE


Marguérite Barankitse



Marguérite Barankitse, la burundesa que ha hecho de la integración entre hutus y tutsis una auténtica cruzada contra el odio, pasó por Madrid los días 31 de enero y 1 de febrero pasados. Vino a recoger el Premio Mundo Negro a la Fraternidad 2008 que le entregó esta revista en el XXI Encuentro de Antropología y Misión




(I parte)

Al recibir el galardón, Maggy no leyó nada sino que todo lo que dijo le salió del corazón. Lo que sigue a continuación es la transcripción de sus palabras, un testimonio vivo y excepcional que no tiene desperdicio.

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Doy las gracias a los misioneros combonianos por haber tenido la valentía de invitar a una loca. En Burundi, la gente me llama “Maggy, la buldózer”, porque no saben cómo catalogarme. Cuando empecé este trabajo, mis hermanos tutsis me trataron como una traidora. Los hutus, mis hermanos en el bautismo, creyeron que era una espía. Y los occidentales dijeron que yo era una utópica. Quince años después, habéis visto en lo que me he convertido.

No vengo a contaros la miseria de África. Esto ya lo veis en la televisión. Os pido un favor: Dejad de llorar por África. Pido también a mis hermanos africanos que dejen de presentarse como eternas víctimas. Porque mi convicción es que todos somos creados por el amor de Dios, somos hermanos, príncipes y princesas. Somos hijos de Dios, ciudadanos del mundo, del paraíso. Debemos irradiar la gloria de Dios. Es la única vocación humana y por lo que he venido aquí. Me enfado cada vez que veo a mis hermanos con cara triste porque pierden su vocación de príncipes y princesas.

Si yo no fuera cristiana, me habría suicidado. Conocéis lo que pasó en Burundi. Ahora tengo 53 años y cuando tenía seis el país sufrió una guerra fratricida. Nunca he visto un país en donde se mata sin miedo. Es el único país en el que han matado al príncipe, en 1961, al primer ministro, en 1965, los tutsis mataron a sus hermanos hutus en 1972, en 1988 volvieron a matar, en 1993 se mataron mutuamente, fue una crisis que no tiene nombre.



Soy tutsi, en mi familia he perdido a 62 personas, entre tíos, tías, primos y primas. Sin embargo, nunca he querido ver en mi hermano hutu a un criminal. Porque el bautismo que he recibido me ha convertido en hija de Dios y hermana de todo el mundo. Lo que hago es por estar convencida de que pertenezco a una familia grande y muy noble. Pero mi familia biológica no lo entendió.

Cuando perdí a los 62 familiares, quise crear una nueva generación. Intenté huir, en el camino protegí a los hutus con los que me encontraba y que estaban en peligro. Los escondí en el obispado, pero mis hermanos de sangre vinieron para asesinarlos. Me ataron y los mataron a todos delante de mí. Asesinaron a 72 personas ante mis ojos. Ante esto, me pregunté si tenía que suicidarme. Había perdido a mi familia biológica (los hutus habían asesinado a mi familia tutsi) y los tutsis mataron a mis hermanos hutus en el bautismo.

Rechazo social

El 24 de octubre de 1994 fui a la capilla y dije al Señor: “Tú no eres el Dios amor”. Mientras lloraba, oí la voz de los siete niños que había adoptado, que me dijo: “Sí que es un Dios amor. Estamos aquí todos salvados milagrosamente”. Estaban en la sacristía. Ese día comprendí la alegría de la fe que no engaña. Eran cuatro niños hutus y tres tutsis que yo había adoptado, pero no tenía dónde meterlos. Los hutus no querían saber nada de mí y los tutsis rechazaron a mis niños hutus. Huimos porque éramos rechazados por la sociedad burundesa.






Fuimos acogidos por un cooperante alemán, pero también su país le pidió que regresara. Y me quedé sola con esos niños, sin dinero, sin casa. Finalmente, me dirigí al obispo. Pensaba que la guerra iba a acabar pronto, como en años anteriores. Empecé con 25 niños, siete meses después eran 300, dos años más tarde eran 4.000. Una década después es una multitud de niños. Porque la guerra duró demasiado tiempo.

Me negaba a sentirme amargada. Me dije: “Señor, me has dado estos niños, enséñame a educarlos con amor”. Podéis daros cuenta de que estos niños han hecho de mí una reina. Han crecido, algunos son médicos, políticos... hasta soy abuela de más de 50 nietos. Todo esto es motivo suficiente para no llorar a causa de la guerra. Si cada uno de vosotros se pusiera de pie, seríamos capaces de cambiar la faz de la tierra. Porque si uno cree, es capaz de desplazar el odio y el miedo y puede ser el dueño del mundo.

Un día, un periodista francés llegó a nuestra casa y preguntó a uno de los niños de qué etnia era. El niño lo miró y le dijo: “¿No lo sabes? Somos hutsi-twa-hutu-tutsi-congo-nzungu”. Creo que podemos crear la nueva etnia de los hijos de Dios.



Siempre era un niño el que me enseñaba a no tener miedo. Un día caí en una emboscada que me habían tendido los rebeldes. Rodearon el coche en el que íbamos. Un rebelde me dijo: “Nos insultas todos los días, te vamos a quemar con tus niños”. Entonces, un niño que miraba a los rebeldes a través de la ventanilla preguntó a uno si era padre. El rebelde le contestó que sí. “¿Le gustan los niños?”, volvió a preguntar el menor. “Sí”, contestó el rebelde. “¿Aun así quiere quemar a los niños?”. “Sois como vuestra madre”, dijo incómodo el rebelde, que nos obligó a bajar del coche y después lo quemaron.

Como podéis ver, los niños tienen una confianza enorme en la Providencia. Pero nosotros, los adultos, sobre todo vosotros los occidentales, queréis comprobarlo todo. Queréis controlarlo todo en el mundo y esto os provoca el estrés. Y por esto hay guerras. Cuando hay una guerra en África, somos todos los que tenemos que compartir la responsabilidad. ¿Por qué hay guerra en Congo? Congo sufre porque es rico y todo el mundo quiere sus recursos. No hay quien tenga el valor de decir: “¡Parad la masacre!”. Ni siquiera los cristianos.

Guerra política, no étnica

En Burundi, ¿por qué sufrimos? Porque es un pequeño país por el que todo el mundo quiere pasar para entrar en Congo. Para justificarse, inventan que hay una guerra étnica en Burundi, pero esta guerra entre tutsis y hutus es política. Pienso que hay una culpa y la tenemos que compartir todos. Leí en un libro escrito por un misionero que los tutsis eran altos y tan guapos que no merecían ser negros. ¿Os dais cuenta? Entonces el tutsi se creyó con el derecho de dirigir y oprimir al hutu. Es absurdo, porque también hay tutsis bajitos y feos. Todo esto es una estupidez. Siempre pido a mis niños que sean felices, porque somos creados a imagen de Dios. Cuando me preguntan cómo es que he perdonado a las personas que mataron a mis familiares, suelo contestar que el criminal también fue salvado.

Un día fui a la cárcel, donde voy todos los domingos para visitar a los reclusos. Mientras repartía la comida a los presos, oí que me llamaba uno que estaba en una celda de aislamiento. Los funcionarios de la prisión me dijeron que no me lo podían presentar. Pero insistí para que me lo acercaran. Me dijeron que era la persona que quemó a mis tías. Entonces les dije: “Precisamente a éste es al que quiero ver”. Porque Jesús en la cruz, cuando el buen ladrón le pidió que pensara en él al llegar al paraíso, le contestó: “Esta misma tarde estarás conmigo”. ¿Acaso somos capaces de decir lo mismo a las personas que han asesinado a miembros de nuestra familia? Entonces cogí a esta persona y la lavé. Y me preguntó: “Maggy, ¿por qué haces todo esto?”. Le contesté: “Porque creo en el hombre”.

El que hoy es criminal podrá hacer cosas maravillosas mañana, ya que Dios lo ha salvado. Y la imagen de Dios nunca se nos quita. Somos nosotros los que hacemos que nuestros hermanos se convierten en malos. Si cada vez que nos encontramos con nuestros hermanos vemos en ellos la imagen de Dios, el mundo cambiaría, sería un paraíso. Esta persona, este criminal, se ha convertido en mi hermano. Le he dado trabajo y hoy es un digno padre de familia que un día me dijo: “Tu perdón me ha resucitado y me ha dado también la dignidad”.






El amor siempre triunfa



Una última anécdota. Mi chófer es un ex niño soldado. Un día viajaba a Tanzania cuando me encontré por el camino en mitad de la selva con un joven de 17 años con un arma. Me obligó a detener el coche y pidió que me arrodillara. Entonces le dije: “No, hijo mío, ninguna madre en el mundo se arrodilla delante de su hijo, menos aún cuando tiene un arma”. Y añadí: “Vete a preguntar a la persona que te dio el arma dónde están sus hijos. Están estudiando en el extranjero, quizás en Bruselas, Montreal o en París”. Le miré y vi que estaba llorando. Le dije: “Tira este arma y ven conmigo, te voy a dar una identidad, una dignidad, y serás mi chófer”. Hace diez años que es mi chófer, es padre de familia, está casado y tiene dos hijos.

He venido a dar testimonio de que el amor siempre triunfa. No hay nada que pueda impedir que amemos. Recuperemos nuestra identidad de hijos de Dios y triunfará la alegría en todo el mundo. Porque los hay que mueren por exceso de comida mientras otros mueren por falta de alimento. Lo que mata a algunos podría salvar a otros.






Lo que voy a decir viene del fondo de mi corazón. Tengo tres mensajes.


El primero va dirigido a los misioneros que habéis dado vuestra vida por África. Es una palabra de gratitud. Si estoy aquí es gracias a vosotros. Habéis dado la vida para anunciar la Buena Nueva del amor. No tengáis miedo, no penséis que porque envejecéis, África y la palabra que habéis sembrado envejecerán. Gracias de todo corazón por haber dado vuestra vida por África. Estoy segura de que dará frutos. No os amarguéis al ver Congo en guerra, Chad, Ruanda, Burundi, Uganda en conflicto. No, Dios que es amor, está allí porque vosotros habéis sembrado el amor.

El segundo mensaje es para vosotros, pueblo español. No reneguéis de vuestra identidad cristiana. Si perdéis este sentido de Dios, perderéis vuestra identidad. El cristianismo es la identidad de Europa y de ello os debéis sentir orgullosos. Gracias por haber enviado a vuestros hijos para transmitirnos el mensaje de Cristo a África. También nosotros estamos orgullosos de vosotros. No os podemos olvidar, sois nuestros hermanos y seremos hijas e hijos orgullosos y dignos de este mensaje que nos habéis transmitido. Vendremos a celebrar el amor a vuestra casa porque todo pasa, menos Dios. Confiad en Él.

El tercer mensaje es para vosotros, mis hermanas y hermanos africanos. África no está perdida. Estad orgullosos de este continente, que acogió a Jesús cuando tuvo que huir. José y María llevaron al niño Jesús a África, a Egipto. Contamos con vosotros, intelectuales africanos. No olvidéis que este continente espera a los médicos, las enfermeras, los profesores universitarios. Volved hermanos, volved hermanas. África es nuestra madre, y cuando una madre está enferma, necesita el apoyo de sus hijos. Gracias por celebrar esta Misa para decir: “Aleluya, la vida es una fiesta”. Disfrutemos de esta vida y rompamos el silencio de la indiferencia.

Injusticia social

El racismo está en el corazón de cada persona. Muchas veces las diferencias son fuente de conflicto. Yo no estoy dentro del corazón de todos los burundeses, pero con mis niños en la Maison Shalom sí que puedo decir que van juntos a la misma escuela y hay un mismo sentir.

El conflicto no fue étnico sino de injusticia social. Ahora el problema es político. El partido en el poder se niega a dar espacio a los otros. Es una cuestión de educación. Yo no soy política, pero puedo deciros, como mujer que ha recibido una educación cristiana, que es estúpido no ver en el otro a un semejante y odiarle simplemente por su etnia.

Cuando voy a Bruselas, los congoleños me dicen que soy tutsi y yo les contesto inmediatamente: “Alto, no he venido a atacar a vuestro país. Dejadme tranquila. No quiero oír la misma cantinela”. Lo que hay que ver en el otro es a un ser humano y crear entre todos un paraíso en este mundo.


Casa Shalom

Cuando Dios no está en nuestra vida, la vida deja de ser una fiesta. Pero si en la vida hay Dios, festejamos siempre la resurrección. Yo vivo en medio de sufrimientos terribles, tengo niños sin manos, sin ojos, niños que fueron violados, niños soldados, enfermos de sida. Podéis daros cuenta de que si no creyera en la resurrección habría sido la mujer más criminal del mundo. Pero Dios me ha impedido estar amargada.

He tenido momentos de desánimo. En 1996 mataron a mucha gente y yo enterré a 55 personas en una fosa común. Vi a niños con la boca destrozada por la explosión de una granada. Dije: “No, Señor, no es cierto. Si eres un Dios amor, ¿por qué me castigas?”. Perdí la voz, durante un mes no podía hablar.

Me retiré a un convento de carmelitas polacas, donde estuve un mes pidiendo a Dios que me diera mucha fuerza. Así fue como fundé la Casa Shalom, que significa Paz, para decir no al odio fratricida, no a la muerte, y sí a la vida y al amor.

Fe y educación

Algunos niños llegan con muchas heridas y tardan mucho tiempo en confiar en los adultos. Los hay que no tienen el valor de ir hasta el final, que abandonan la escuela porque están cansados. Vivir en Burundi exige tener mucha fe, mucho valor y esto cansa. La guerra ha destruido todos los valores de compasión.

Es difícil tener esperanza para los jóvenes. Todos ellos se preguntan dónde van a encontrar un trabajo, cómo van a vivir dignamente. Debéis entender que estáis frente a una loca a la que nada detiene. Porque sé que se puede cambiar esta mala situación en otra más digna. Hay suficiente fuerza en nuestro corazón, pero hace falta mucha fe y educación.

He tenido la suerte de nacer en una familia que me llevó a la escuela cuando era niña. Pero he acogido a niños soldados que sólo sabían matar. Es demasiado trabajo. Una vez que estuve en la Comisión Europea, en Bruselas, propuse que los ancianos europeos fueran a África para que nuestros niños tengan abuelos, y que los jóvenes africanos vengan a Europa, que está envejecida.

Conversión del corazón


Sólo se puede dar lo que se tiene. Hay mucha gente que llega a nuestro país y les pregunto a qué han venido. No tienen idea de la dignidad del que vive en la pobreza. Si vamos al país de alguien sin considerarlo nuestro hermano, igual que nosotros, entonces vamos a humillarlo.

Una vez me peleé con una ONG. Cuando hay guerra, vemos a mucha gente huyendo de los combates. Pero algunos tratan a las personas que huyen como ganado, no como seres humanos. Un día pedí a esta ONG que se marchara. Y me preguntaron que quién me había dado el permiso para detener su trabajo. Contesté: “Dios”. Porque estos hermanos no podían dormir debajo de las lonas que desprenden muchísimo calor de día y por la noche no protegen del frío. Sudan durante el día y tiritan por la noche. Luego, enferman. Si no hay amor en todo lo que hacemos, estaremos cometiendo actos terroristas. Sin otra opción, esta gente acepta con resignación esta ayuda.

También me enfadé con una congregación religiosa por un orfanato. Había 30 niños y, sin embargo, el dinero para la construcción se elevaba a 600.000 euros. Entonces pregunté a las religiosas: “¿El dinero es para el orfanato u os servís de él para construir la capilla, el convento y tener coche?”. Si se coge ese dinero y se da a las familias, se va a impedir la miseria que ha hecho que esos niños se conviertan en huérfanos.

Es la misma pelea que tengo con Unicef. Ví todas las fotos que tenían en los pasillos: “Primero, los niños”. Y yo les dije: “¿Aquí, en esta casa, vosotros veis que los niños son los primeros?”. ¿Sabéis cuál es el sueldo de un funcionario de Unicef en un país en guerra? No os lo puedo decir porque, entonces, ya no daríais más donativos. Muchas veces tomamos la miseria de nuestros hermanos y, al final, se convierte en un negocio, en un comercio.

Hace falta una conversión del corazón, pero es difícil, incluso para mí, lo confieso. Cada día es preciso golpearse el pecho y decir al Señor: “Ayúdame y muéstrame lo que hay que hacer, pues no es fácil”. Podríamos hacer un paraíso si nos convirtiéramos todos los días. Nadie nos ha pedido que llevemos el mundo entero sobre nuestra cabeza.



Autor: Solidaridad.net- Fecha: 2010-01-29